El retrato de Antonio de Cayetana Cuyás podría inscribirse en esa corriente del cine de no ficción que explora las relaciones familiares de la propia cineasta y que considera lo cotidiano y doméstico como objeto fílmico digno de interés. Por ejemplo, la película de Nobody’s Business (1993), de Alan Berliner, uno de los ejemplos más conocidos de este tipo de cine, es un retrato del padre del director. En este largometraje, el padre no deja de repetir que su biografía no es lo suficientemente interesante como para hacer una película, a lo que su hijo le replica que la vida de cualquiera puede contener una historia apasionante.
En El retrato de Antonio, Cayetana Cuyás indaga en la historia de su tío con la misma curiosidad. Pero, al contrario que en el filme de Berliner, la directora de Gran Canaria se mantiene al margen de la conversación: le cede la palabra a una poeta y amiga cercana de Antonio, y a un pintor que no lo conoció en profundidad pero que lo dejó retratado. Poco a poco, con la contención de un thriller, el corto va diseccionando un cuadro que “causó sensación” en el público cuando se presentó y que también consigue cautivar al espectador.
En seis minutos, la pieza consigue ponernos en alerta sobre las posibles vidas de un cuadro: desde un objeto doméstico que ha decorado siempre el salón de una casa, hasta una obra de arte que trasciende incluso a la persona que aparece en ella. Al mismo tiempo, deja planteado el aura de misterio que pesa sobre la vida de Antonio. Los rasgos de una personalidad atormentada, incluso oscura, quedan retenidos en el cortometraje y en su retrato, a la espera de más indagaciones.
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